viernes, 30 de octubre de 2020

Lavado de Cerebro

 

Los inquisidores modernos han encontrado hace ya tiempo un caballito de batalla infalible: el “lavado de cerebro”. Mediante este concepto con pretensiones científicas suelen dar explicación a las adhesiones a las “sectas” de “personas normales” sin necesidad de satanizar más que a sus líderes. No obstante, el “lavado de cerebro” ha existido históricamente, incluso ese era el término utilizado por los victimarios. Sin embargo, los cazadores de sectas no suelen reparar en este hecho. Es que la lógica y el mecanismo del “lavado de cerebro” real es en realidad la negación del carácter mágico imprescindible para que sea la muletilla que “explica” sin que se haga necesario dar explicación alguna.
Si en algún lugar ha existido algo similar a la fantasía del lavado de cerebro como explicación casi mágica de cambios que nos resultan inaceptables en el pensamiento y conducta de personas que vemos nuestros iguales, fue en la China revolucionaria. Como para caricaturizar algo más el asunto, sería nada más y nada menos que el famoso “lavado de cerebro comunista”, peligrosa arma que amenazó el imaginario de nuestras capas medias durante toda la guerra fría.
De hecho el concepto tiene en el chino su origen (hsi nao), técnica con la que los comunistas ponían de su lado a soldados enemigos.
Sin embargo, ni en este explicito lavado se visualiza algo similar a esta manipulación ineludible del programador, frente al cual la única solución segura es correr lo más rápido posible.
¿Estos soldados no eran acaso campesinos luchando contra el ejercito de su clase? Por lo tanto se trataba de objetivar una situación que aparecía de por si absurda, sólo era condición asumir como válidos los criterios socialistas de lectura de la realidad, hecho no muy dificultoso para un hombre que convivió con la explotación más salvaje durante toda su vida. Sólo era necesario reconocer que la identificación con el enemigo era una vía artificial de superación del estado de opresión y que aquí estaba un poderoso ejercito de explotados esperándolo para liberarse objetivamente de ella ¿Era esto algo distinto a asumir una realidad contundente?
Distinta era la situación posterior a la toma del poder por los maoístas, la escasez de cuadros e intelectuales y las necesidades de propaganda internacional llevo a sus lideres a intentar resocializar a miembros de las clases dominantes, para quienes el cambio no resultaba tan natural. El más famoso de estos casos fue el del mismísimo emperador Pu Yi, proceso bellísimamente retratado por Bertollucci en El Ultimo Emperador.
El emperador manchú, cómplice de los japoneses en crímenes que ni en cantidad ni en calidad tienen algo que envidiar a los nazis, culminará su vida como un comunista convencido. Que mayor prueba en ello que una enorme manipulación mental
Sin embargo, la realidad objetivada será también en este caso el componente básico de este “lavado”.
Sin duda las reconstextualizaciones de las percepciones del mundo estarán muy bien afirmadas en las condiciones de aislamiento y convivencia con otros resocializados en el centro de resocialización, pero, como bien muestra la película, la identidad imperial es un elemento lo suficientemente duro de roer por el sólo cambio de ámbito. Pu Yi y el Emperador eran una misma cosa en la mente de este sujeto.
No quedaba otra que acudir a una fuerte dosis de aquella realidad social que determino esta fusión primaria para disolverla y convertirlo en hombre.
Para ello, el sujeto debía primero desvalorizar eso que era. En el caso de Pu Yi, una buena objetivización de la realidad desde los criterios apropiados podría realizar un excelente trabajo.
Pu Yi no era más que un neurótico cruel y asesino desvalorizado moralmente desde cualquier cosmovisión humana. Sólo su condición divinizada de Hijo del Cielo cambiaba de caracteres sus atrocidades. Era preciso dejarlo sólo en la tierra, colocarlo en la realidad de la prisión donde una fuerza que el no podía refrenar colocaba hasta a su paje como un par.
En este marco, la lluvia de exposiciones de los crímenes de los que fue coautor erosionaron lentamente el orgullo de ser quien era, hasta convertir su carácter imperial en un peso del que el hombre que emergía con el sufrir deseara disociarse.
El criterio de valoración aristocrático desaparece entre los prisioneros y es reemplazado por el de la nueva sociedad, absolutamente opuesto al anterior: el trabajo. Para este, la nobleza está capacitada de modo inversamente proporcional a sus jerarquías, aquí Pu Yi era el principal inútil, el de menores posibilidades de adaptación. Su autoestima es un manojo de culpas e insuficiencias.
Golpeada de este modo su identidad, el siguiente paso será una primera mano tendida, la cosmovisión dominante (no una antojadiza, sino la triunfante y ahora socialmente hegemónica), ofrecía una explicación externa a su lamentable ser. El no sería más que el producto de una determinada ubicación en una estructura social especifica. Ese cúmulo de miserias era la categoría social que lo había construido y la angustia que ahora sufría por ello demostraba que su personalidad podía trascenderla.
Pero para ello la nueva sociedad debía ofrecerle un camino, y lo hará: un lugar más en la aniquilación de la formación social que lo produjo como un demonio y en la construcción de la nueva sociedad, construcción en la que se convertirá en un hombre nuevo.
¿Es esto un lavado de cerebro acorde a la imagen que nos refiere ese concepto? Si lo es ¿No debemos encontrar al menos elementos de ello en cualquier operación de socialización o resocialización cotidiana? ¿Que es el Psicoanálisis?
El lavado de cerebro requiere para existir según los postulados de nuestra imaginación que ella contenga también una realidad objetiva inalterable, dada independientemente de las diversas interacciones sociales y de la convivencia de cosmovisiones resultantes de ellas.
Sino, sólo se presenta como una solución real o artificial, precaria o sólida de estados de insatisfacción social producto del choque entre la construcción que la sociedad hace de nosotros desde sus necesidades de legitimación, desde su “deber ser”, y las imposibilidades objetivas de devenir con esta construcción en el cínico seno de su “ser”.


Alejandro Irazabal

jueves, 29 de octubre de 2020

El Rumor

El rumor es un mecanismo de control social. Su función es intentar neutralizar subjetivamente peligros para los miembros de un determinado ámbito.
Es preventivo. De allí su base fuerte en el prejuicio, por ello se basa en los miedos de base estructural de cada sector social. En sociedades como la nuestra, culturalmente estructurada en torno a  una importante clase media, los prejuicios suelen surgir de este sector, aunque circule en otros estratos sociales.
Su carácter preventivo implica que aunque se trate de un hecho ocurrido ya, busca proteger o alertar sobre efectos venideros. Principalmente cataloga (estigmatiza), al supuesto portador del peligro, cuando este es un individuo.
Su función es separar simbólica o concretamente al individualizado como peligroso (aunque sólo se trate de no actuar como se esperaba que actué como una tipificación previa indica que lo haga), al menos en algún aspecto de la vida social.
El rumor no es un mal surgido de los más oscuro de nuestra humanidad, su existencia se debe a su efectividad: la separación de todo elemento percibido como riesgoso sin duda “castiga” una cantidad enorme de inocentes, pero a su vez limita a una cantidad mayor de “culpables”. ¿Culpables de que? Siempre del mismo pecado, poner en riesgo los la estabilidad del ámbito social del que se trate, esto aún cuando lo que supuestamente está en juego es la seguridad individual de sus integrantes. El rumor intentará alertar no en función de proteger a cada individuo, sino en el de mantener un mínimo de seguridad que haga viable el funcionamiento del ámbito social en cuestión, o más bien, preservar la cuota de seguridad optima para que el ámbito mantenga la estabilidad necesaria para subsistir normalmente.
Pero su efectividad no sólo es en negativo, también actúa en positivo, cohesionando a sus participes frente a un construido peligro común. En este sentido de su efecto, muchas veces conforma o fortalece un grupo o subgrupo al interior del ámbito o grupo social, aunque este sólo existe como tal en referencia a un aspecto de la vida social del ámbito. De allí que un sujeto puede portar un estigma en un aspecto de la vida grupal y ninguno en el resto, el grupo estará alerta en el aspecto que lo percibe peligroso para su funcionamiento normal.
Pero cuando el estigma refiere a miedos de base estructural actúa sobre la totalidad del ser del sujeto catalogado. El mismo se convierte en un “merodeador”. Pone en juego el miedo a ver interrumpida la existencia ontológica, desestructura la existencia social normal al referir a temores que por estructurales socialmente han sido estructurantes de los sujetos y por lo tanto son conformantes de las matrices que forman las bases de la interacción social, que nos posibilitan vivir normalmente (socialmente).
Pero la existencia normal del rumor es “pudorosa”, quien lo reproduce o porta percibe en el una inconveniencia para su proclamación abierta. Su realidad parcial y las oposiciones que implicaría enfrentar convierten al rumor en un habitante de los intersticios, limitando sus efectos a la precaución del grupo social frente al “peligro”.
La publicación mediática de un hecho, provoca los rumores que el suceso genera en información abierta. Otorga el consenso que legitima la circulación altisonante de aquellos contenidos preventivos propios del rumor. El estigma se convierte en “oficial”.
Esto se ve agravado cuando la noticia publicada contiene los elementos preventivos propios del rumor. Este suele ser el caso de los medios que conciente o inconscientemente basan la captación de un sector del mercado delimitado socialmente en montarse y reconfirmar temores del imaginario de esos sectores, reproduciendo así su modo particular de enfrentarlos.

A. I.

martes, 27 de octubre de 2020

Makarenko y el Carácter de su “Disciplina Conciente”

Si de por si es inútil recortar cualquier realidad educativa de su determinante socio-política, en el caso de Antón Makarenko, la propia conciencia de esta relación básica en su construcción pedagógica hace manifiesta esta imposibilidad.
El sentido cabal de su tarea pedagógica y las conclusiones de ella derivadas, sólo podemos extraerlo del emerger de una nueva sociedad, sin excluir los distintos vericuetos y desvíos por los que ese emerger debió transitar.
Makarenko fue docente en una sociedad que inauguraba en la historia humana el camino de la revolución socialista, y verá en ello la gran posibilidad de desarrollar una obra educativa que, por fin, no se encontraría encorsetada por los efectos destructivos que la opresión social provocaba sobre los alumnos.
La construcción del socialismo será para Makarenko la fuente única de la que fluirá la educación. En la fusión de la tarea revolucionaria con la tarea pedagógica buscará una educación plena, desprovista de distorsiones producidas por la dominación de clase. De lo que se trata para él es de poner en pie firmes constructores del futuro socialista.
En la incorporación a la tarea de la edificación de la sociedad soviética encontrarían sus educandos de la Colonia Gorki, la mayoría de ellos seres asociales en el antiguo régimen, la (re)construcción plena de sus personalidades.
Para Makarenko “No bastaba <corregir> a una persona. Era preciso educarla de un modo nuevo, no sólo para hacer de ella un miembro inofensivo y seguro de la sociedad, sino para convertirla en un elemento activo de la nueva época” (Poema Pedagógico).
En el marco de una sociedad de escasez, inapropiada para el desarrollo de las relaciones sociales socialistas y la supervivencia frente a un mundo circundante, tan hostil como superior económicamente, este supremo objetivo político-educativo tendrá un creciente sentido productivo.
Las personalidades socialistas activas deberán ser personalidades eminentemente productivas.
En sus colonias el trabajo era uno de los principales elementos socializadores y pedagógicos. El trabajo creador constituía uno de los principales medios y fines de la educación. Llegando más allá, “Makarenko recomienda a los padres que acostumbren a sus hijos desde pequeños a realizar tareas que no les interesen y que les resulten poco agradables, con objeto de que se habitúen a buscar en el trabajo no el entretenimiento, sino su utilidad y necesidad social: <Esta educación será eficaz cuando se llegue al punto que el niño ejecute tareas desagradables pacientemente sin quejas y paralelamente con su crecimiento adquiera una sensibilidad tal que el trabajo menos grato llegará a proporcionarle placer y se comprenda su utilidad social>” (Makarenko: su Vida y Obra, Velázquez Acosta, María Dolores).

Íntimamente asociado a la misión de alcanzar este fin productivo central de su pedagogía, se encuentra su lectura del concepto leninista de “Disciplina Conciente”.
Makarenko rechaza la disciplina en abstracto, para él la disciplina debe estar ligada a un objetivo a alcanzar que el disciplinado considera necesario.
Como señalamos, entonces las necesidades soviéticas dictaban fines productivos, y en una sociedad dirigida hacia el socialismo estas necesidades no pueden ser más que sociales (políticas). Por lo tanto, el educando tomará conciencia de la necesidad de la disciplina cuando sea conciente políticamente. Disciplina Conciente y adhesión al socialismo serán inseparables.
El resultado de esta disciplina es el hábito del “trabajo creativo”, hábito que será antinómico del hábito del artesano. La disciplina se predica sobre un colectivo. Se trata de un colectivo organizado, con una adecuada división del trabajo. Sólo de la organización colectiva, dirigida a metas, ligadas a su vez a fines sociales, pueden desprenderse los criterios disciplinarios, inseparables entonces de las “responsabilidades”. De este modo la mente individual no se quedaba sólo con la satisfacción de cumplir con su deber personal en un marco colectivo; como si ocurre con los ámbitos disciplinados en abstracto, donde la obediencia es fin en si misma; sino que sólo encontrará su realización personal en la obtención de la meta por parte del colectivo; y, gracias a la conciencia política, en el aporte a la edificación social.

Pero como señalamos, no podemos evaluar la pedagogía de Makarenko, ni ninguna otra, en la mera relación de sus propios términos, es imprescindible observar su vinculación vital con las estructuras socio políticas que la anidan. Y estas serán, a fines de los años 20 y comienzo de los 30, profundamente sacudidas.
El progresivo ascenso de una capa burocrática hacia el dominio social soviético culminará en la instauración de un régimen político acorde, el stalinismo. La “Dictadura del Proletariado” cederá paso a una ferozmente represiva dictadura burocrática.
Esta transformación del marco social determinante convertirá a muchos elementos de la obra pedagógica de Makarenko en objeto de agudas críticas.
El más controvertido de esos elementos será la mencionada “Disciplina Conciente”, que llegará a ser concebida como generadora de hábitos funcionales al stalinismo.
El régimen burocrático de la URSS tampoco colocaba su énfasis regimentador en la disciplina en abstracto, el simple hábito de la obediencia. El disciplinamiento social se presentaba como medio para obtener metas favorables a toda la sociedad.
Mas allá de falsedades, allí tenemos como ampulosos testigos las referencias vastamente difundidas sobre las metas productivas alcanzadas en cada etapa de los planes quinquenales. El disciplinamiento social se mostraba como el camino para alcanzar metas colectivas contantes y sonantes.
La Disciplina Conciente de Makarenko era sí concordante con las necesidades del régimen stalinista, pero lo era en cuanto al doble carácter que presentaba la sociedad de la que el stalinismo era emergente: una estructura tendiente a la socialización de los medios de producción sobre la que se había erigido una burocracia subsidiaria de esta estructura, a la vez que poseedora de intereses contrapuestos a esa tendencia.
El stalinismo, manifestación política de dicha burocracia, reflejaba en si mismo esta contradicción. Sólo en tal carácter podía otorgar a este disciplinamiento un carácter positivo, la estructura sobre la que se había erigido demandaba su desarrollo productivo.
La Disciplina Conciente construía el socialismo a la vez, y en un mismo acto, que alimentaba la dictadura burocrática.
No se trata entonces de definir en si a este aspecto de la pedagogía de Makarenko como funcionalmente stalinista sino de ubicarla en el contexto socio histórico que le otorga tal carácter. La usurpación que el stalinismo hará del proceso revolucionario, la identificación que generará entre las banderas socialistas y su régimen represivo, será la usurpación del contenido de la “conciencia” de esa disciplina.
Esto no implica absolverlo de críticas tales como las dirigidas a los tonos militares que tomaba su práctica educativa, en las que no faltaban los rituales generadores de hábitos mecánicos; tampoco de las acusaciones de ser instigador de la delación (educar en la capacidad para reconocer “enemigos del pueblo”). Pero si bien Makarenko no es inocente de la conversión de su obra en funcional al stalinismo; si bien desde su origen su pedagogía contenía elementos proclives a servir a un régimen de esta naturaleza; sin duda no es en ella misma donde debemos buscar su cambio de carácter, sino en los cambios socio-políticos que la enmarcan y dan su sentido.

Pero así como la nueva estructura social contenía un carácter dual, este se verá reflejado en la obra de Makarenko. En el marco de la realidad actual, sería de enorme utilidad reflotar sus rasgos antiopresivos. Cuando la construcción social de individuos librados a su suerte es la obra pedagógica acorde al momento por el que atraviesa el sistema capitalista, la pedagogía de Makarenko nos ofrece, en la teoría y en la práctica, la superación de este individuo cuyos casi único lazos con la sociedad son la opresión y la sumisión. La constitución de este “yo” rabiosamente individual es en su obra superado por la puesta en pie de poderosos “Nosotros”, en la pertenencia a los cuales el individuo encuentra su forma más plena.

A. I.

domingo, 4 de octubre de 2020

La Radical Lucha Por No Luchar

Sectores sociales y etarios cuyos equivalentes de otras épocas se habrían alineado en opciones de claro carácter revolucionarias, “anticapitalistas”, o al menos definitivamente contestatarias, hoy canalizan sus necesidades de oposición sistémica en diversas formas de activismos y posturas que compensan esa necesidad sin enfrentar al poder capitalista hegemónico de lleno. Así aflora una diversidad de militancias que van desde movimientos objetivamente progresistas hasta delirios conspiranoides. La forma más paradójica de este fenómeno lo constituyen el sector juvenil que adhiere a figuras y posturas ultracapitalistas (por ej. libertarios) como canal de compensación de contrapoder.

Pero este fenómeno no se agota en sectores que se lanzan a activismos o posicionamientos en algún punto activos (aunque sólo se trata de acciones on line); vemos que masas enormes de electores, saturados con la dominación político social cristalizada, se apoyan en elementos ultraderechistas que aparecen en algún punto como outsiders (aunque sólo se trate de imagen).
Nos encontramos así que grandes sectores que podríamos prever como potenciales antisistémicos, se vuelcan a diversas formas políticas, sociales y culturales que como mucho generan en el poder económico social alguna incomodidad (cuando no directamente lo benefician).

¿Que cambió desde, por ej., los primeros 70 y la actualidad para que los que no toleran percibir la injusticia sistémica en lugar de tomar banderas rojas tomen banderas de todo tipo de colores (incluso blancas)? De hecho parecería que de lo que se trata es que sea cualquier color con tal que no sea rojo.

Más allá del carácter burocrático y hasta descompuesto que mostraban los llamados “socialismos reales”, sus imágenes externas eran potentes. Incluso aquellas que mostraban sus detractores, los que, lanzados a provocar temor ante un monstruo, construían la idea de un imperio poderoso, frente al que en muchos sectores se generaba la tentación de identificación más allá del posicionamiento ideológico del identificado (cuantas veces escuchamos de la misma boca un “acá tiene que venir un comunismo” y el “acá tienen que volver los milicos”). En definitiva la URSS aparecía como un imperio socialista imparable, que avanzaba inexorablemente hacia el dominio del mundo, el socialismo era una posibilidad inserta con fuerza en el imaginario social, por lo tanto era poderosamente real. Los temores al poder capitalista estaban compensados por otro poder que se presentaba como su sepulturero inevitable. La admiración por la URSS solía ser así la puerta de entrada al universo revolucionario, incluso de muchos que luego se ubicaban en el antisovietismo (principalmente el trotskismo) dentro de ese universo.

La imagen del poder compensatorio de un imperio revolucionario se derrumbó, los potenciales rebeldes quedaron mentalmente desamparados ante el poder burgués; poder burgués que había mostrado sus garras genocidas hacía muy poco tiempo.

El socialismo fue expulsado de la realidad una vez caído su poder soporte en el imaginario social. Ya no aparece como opción ni como protector subjetivo de las acciones y posiciones revolucionarias y contestatarias al poder burgués. ¿Qué hacer con la inevitable percepción de creciente injusticia que los sectores más sensibilizados portan? El desamparo que implica canalizarla en organizaciones anticapitalistas puede empujar a muchos a compensarla con militancias que parecen con el potencial para generar cambios sin cambiar radicalmente nada. Ahora lucho por un mundo mejor mientras el poder concentrado le pone a mi lucha su cámara.

 

A. I.

sábado, 26 de septiembre de 2020

Mundo Libre

Me crié en un ambiente fuertemente anticomunista. La bandera roja generaba en mi temores similares a los que en mis primero años provocaba el cuco o el hombre de la bolsa (y esto no es ningún recurso literario, era básicamente así). La URSS era Gog y Magog avanzando inexorablemente sobre el “mundo libre”. ¿Cuál era el principal argumento que se esgrimía en aquel ambiente contra este estado demoníaco y sus aliados? Uno muy simple pero contundentemente incontestable: no permitían a sus habitantes cruzar las fronteras; es más, el nombre utilizado para esas fronteras era el de “cortina de hierro”.

Mientras en el mundo libre (que principalmente debía tal condición a sus fronteras abiertas) sus ciudadanos podían moverse por donde les plazca, “detrás de la cortina de hierro” los oprimidos por el monstruo comunista debían vivir toda su vida en esas corceles gigantes que eran sus territorios.

Recuerdo las historias sobre héroes que habían logrado escapar a pesar de la vigilancia de las policías secretas que tan sólo por el simple hecho de cruzar un límite artificial los declaraba delincuentes. También recuerdo que esos héroes eran siempre ayudados desinteresamente por otros del “mundo libre” que no dudaban en arriesgar sus vidas plenas de libertad de movimiento a fin de colaborar con soñadores que se lanzaban por túneles, balsas y hasta objetos voladores improvisados hacía el “exterior” de sus gigantesca cárcel. También recuerdo las tragedias de quienes fracasaban; los más afortunados morían, los menos quedaban vivos en las garras del monstruo, ya sin ninguna otra esperanza de escapar de la jaula gigante. Las mayores tragedias se relataban sobre un gigantesco muro que dividía una antigua ciudad.

Al fin, hace no tantos años, ganaron los buenos, el “mundo libre” derrotó al demonio, la vieja ciudad volvió a abrazarse a si misma y hoy el mundo es uno, ya sin vallas, sin muros ni alambradas, sin que ningún ser humano sea considerado en la ilegalidad por recorrer libremente un planeta que Dios hizo sin más fronteras que ríos y montañas.

 A. I.

sábado, 19 de septiembre de 2020

El Presente Me Condena

El tipo me da sinceramente pena, no lo digo de forma sarcástica, me apena honestamente. Recuerdo una nota que le hicieron hace unos años, dedica varios párrafos a quejarse del Partido Comunista por no haber puesto guita en el diario que abría (luego me enteré que sí la puso); y por haber abierto otro diario y hacerle competencia en lugar de apostar a un gran diario de izquierda. Lo recuerdo denunciando al poder concentrado; diciéndole a una pianista en un piquete que no tenía laburo y luchaba por comer, “vos tendrías que pelear por un piano y tenés que luchar por sobrevivir”. Lo recuerdo defendiendo a quienes se levantaban contra el poder, incluso con más audacia que cualquier otro periodista. Lo recuerdo dedicar su vida a atacar a poderosos, a defender a sojuzgados, a atacar a fascistoides, xenófobos y toda clase de lacras. Lo recuerdo levantar la lucha de los derechos humanos. A todo eso dedicó su vida. Dicen que siempre le gustó la guita, la verdad es que tuvo grandes problemas económicos por ser intransigente, para algunos demasiado. Hoy ya no lo escucho, pero recorriendo redes sociales lo veo defendido por los personajes más oscuros, siendo símbolo de lo más rancio de todo aquello que combatió. Veo su cara como perfil de fan pages de Facebook, Twitter, Instagram, en las que en su nombre se defenestra a los “negros”, a los “vagos” (por ejemplo, como la pianista aquella), donde se defiende abiertamente a los genocidas, incluso a veces hasta a los más terribles regímenes europeos del siglo 20. Sobre todo eso su rostro serio, subrayando todo aquello a lo que dedicó su vida a combatir. Lo veo reposteado quejándose de bebés y tortas como antes lo hacía del grupo mediático que lo marginaba y ahora lo alberga. Es un muy triste final, sin ironías: realmente me genera nostalgia aquel que fue. No puedo evitar preguntarme que pensará al ver su cara sobre posteos con la imagen de un dictador que aborreció casi desde la cuna.

Pobre hombre, desperdiciar una vida entera.

Entonces recordé que yo no lo admiraba tanto ¿Por qué? Valoraba sus denuncias al poder, pero también criticaba su falta de eje, su base en la mera buena voluntad, ningún fuerte ideológico, ningún marco de análisis, la mera intuitividad progresista, no estaba anclado a nada. El odio visceral a quienes en algún momento le tocaron el ego lo empujó hacia sus enemigos, de los que no lo separaba una firme convicción racional, ninguna idea fuerte; sólo era él; y sólo se fue con quienes lo odiaban y hoy lo usan, es plausible pensar que en algún momento lo descartarán, entonces se irá convirtiendo un lejano fantasma, como otros cuyos nombres ahora no me vienen a la memoria.

A. I.

lunes, 8 de junio de 2020

Al Cabo Que Ni Quería

Algunas veces, no tan esporádicas, mi hija responde a una prohibición con una adhesión mal actuada a la misma. Luego acomoda sus preferencias según la imposibilidad de evadirse de esa negativa a su deseo original, esta vez ya no actúa, la prohibición ha sido internalizada y ha determinado la nueva realidad de su deseo. Allí, la matriz del consenso. O antes, ya en la lógica edípica de nuestra identificación con el agresor.

Al recorrer nuestras vidas vamos incorporando temerosamente a nuestro cúmulo de deseos los deseos represivos del poder, los actuamos como propios y lo hacemos honestamente y con sinceridad; y allí vamos gustosos de la mano de nuestros verdugos, con falsas sonrisas que defendemos con furia cuando algo o alguien nos enfrenta al apenas opaco carácter artificial de nuestra alegría de víctima. Al fin y al cabo, por fin obtenemos la deseada aprobación de ese gigantesco padre.

Esta transformación no sólo nos evita conflictos que pueden salirnos caro, tiene un rasgo “positivo”: nos proyectamos en el poderoso represor; al llevar la bandera de su deseo nos creemos sus pares, los dos codo a codo bajo su bandera somos iguales y distintos a aquellos pobres sujetos que aún no pueden -se niegan- a comprender la dureza lógica de la realidad irrefutable; dureza que en última instancia sigue asentada en lo macizo de la cachiporra policial que hemos decidido esconder de nuestros ojos detrás de la puesta en pie de un nuevo deseo acorde al jefe del portador del palo.

La lógica del absurdo de nuestra nueva mentalidad es tan fuerte -detrás de ella, literalmente, hay un ejército- que cualquier argumentación en su contra es fácilmente visualizable como locura, anacronismo, absurdo, etc. etc.

A veces, el palo del represor está apenas mal escondido detrás del artificio que hemos montado. Lo podemos ver en las obscenas estadísticas de concentración mundial de riquezas, frente a las que el socialismo debería aparecer como la más obvia de las salidas, sin embargo, solemos criticar a quienes la proponen como delirantes quedados en el pasado, incapaces de ver su imposibilidad ¿cuál es esa imposibilidad sino la aparente desproporción de poder y fuerza? La imposibilidad es la del garrote, o más bien, la del miedo al garrote.

Pero la mayoría de las veces el palo represor queda como una lejana última instancia detrás de una cadena de mediaciones. ¿Cuántas veces tendemos a cambiar de opinión en dirección al poder por el sólo hecho de amansar la relación con nuestro entorno más cotidiano e inmediato? Hasta podemos vernos entregados con toda honestidad a la moderación -sino directamente a la autoagresión- en pos tan sólo de suavizar un vínculo específico.

Este cuadro podemos compensarlo con furibundas militancias defensoras de árboles, ballenas o tortugas de mar; o cualquier actividad contestataria en la que ningún poder de esos que disponen de palos se sienta interpelado de modo directo. El autoengaño se cierra con la sensación de estar de algún modo cambiando el mundo que el temor que nos robó nuestro deseo nos impidió cambiar en aquel, ahora anacrónico, mundo real.

A. I.

viernes, 15 de mayo de 2020

Años de Cuarentena

Sumergidos en pleno invierno de la Gripe A, concurrimos, no sin algunos cuidados mínimos, a un complejo de cines. El complejo tenía al lado un boliche bailable destinado a adolescentes y postulantes a tales. Lamentablemente para nosotros, el horario de la película que íbamos a ver se acercaba demasiado a la entrada masiva de adolescentes a la disco, lo que nos dejó atascados detrás de una multitud de autos de padres, que se sentían en el deber de cuidado de depositar a sus hijos la menor cantidad posible de centímetros de la puerta del boliche. Después de unos minutos de inmovilidad, mi esposa se exaspera ante el absurdo: “¿No pueden dejarlos en la esquina? Tienen que dejar a los hijos exactamente en la puerta para que no se los secuestren y no se preocupan por los besos y botellas o vasos compartidos a mansalva adentro del boliche en plena epidemia”

En este recuerdo encuentro dos factores que jugaban en aquel marco contextual de la epidemia. Por un lado una ausencia y por otro una presencia; pero ausencia y presencia son del mismo elemento, el miedo.

Con la creciente debilidad subjetual de los padres, ante la desestructuración de autoridad cotidiana; efecto de desintegraciones socioeconómicas hoy conocidas como neoliberales, han trocado disciplina por miedo. Los padres han abandonado arbitrariedades, como por ejemplo “porque lo digo yo”, pero lo han hecho para reemplazarlas por el aparentemente más racional y aceptado -pero sólo aparentemente- “cuidado con”. La capacidad disciplinar de este nuevo método es impactante, volvamos al recuerdo: “cuando yo era chico nos daba vergüenza que nuestros viejos nos vayan a buscar, se lo prohibíamos, ahora le exigen que paren exactamente en la puerta del boliche”.


El antiguo límite es reemplazado con éxito por el arcaico miedo. Hasta aquel momento, una década atrás, el miedo ingresaba a las subjetividades por el difundido portal de la “inseguridad”; luego, el hábito hace al monje, reparte santidad -o más bien su reverso- a cada vez más aspectos de nuestra vida.

En el contexto del recuerdo relatado, aún estaba ausente en muchos aspectos de la vida, por ello esos padres se preocupaban en exceso por dejar o retirar a sus hijos de las coordenadas exactas de la puerta -y los hijos lo aceptaban con entusiasmo-, pero aún no se preguntaban por los riesgos de una epidemia que no fuera la tan mediatizada del virus de la inseguridad. Aún al fantasma de los miedos le quedaba por recorrer varios trechos de los caminos de la vida.

Pero el miedo no ingresa sin inapreciables ayudas, entre ellas la fuerte tendencia a la retracción social. El llamado neoliberalismo ha sido una aterradora arma de destrucción masiva de articuladores sociales, y como efecto de su éxito ha acrecentado la tendencia del capitalismo a la parcelización, la automatización social, que, de la mano del crecimiento de la desocupación y consiguiente población “sobrante”, se arraiga en sectores hasta ayer con fuertes lógicas colectivas.

En el punto exacto del momento recordado, la Gripe A había acumulado miles de contagios y una importante cantidad de muertos; sin embargo, allí íbamos al cine -y los chicos a cruzar salivas en bocas, vaso y botellas-, sólo se habían suspendido las clases 4 semanas y limitado los ingresos a algunos, y sólo a algunos, establecimientos. Tratando de hacer memoria, o más bien, intentando penetrar en el pasado de mi memoria y subjetividad, ¿habría aceptado entonces una cuarentena?, ¿una epidemia justificaba, no ya cerrar fábricas, sino dejar de ir al cine? De hecho no fue así. Hoy, las encuestas dan un apoyo importante a una cuarentena que aparece objetivamente indiscutible; de hecho, no hacerla, no sólo mataría a muchos más de nosotros, sino, a la vista de lo que sucede en el mundo, no evitaría la incertidumbre general como para salvar un derrumbe económico.

Todo indica que en aquel mundo aún la muerte convivía más alegremente con la vida, en un cine o una discoteca. El otro estaba más cerca y más lejos, le temíamos menos al cercano, y ya habíamos alejado lo suficiente al pauperizado como para percibirlo un fantasma temible. Hoy somos todos fantasmas para el otro, los médicos son aplaudidos en abstracto y tabicados en concreto, cuando no abiertamente repudiados.

Así como el coronavirus parece catalizar hasta su máxima posibilidad una tendencia a la crisis económica ya presente, la aplicación de la cuarentena parece instalarse en una tendencia hacia ella que viene alzando su curva hace años. La posibilidad de un mayor cuidado real y concreto parece más bien un efecto benéfico de la “enfermedad” del miedo, provocada por el virus de la retracción social, inoculada colateralmente por la lucha por sostener el beneficio capitalista.


A. I.