domingo, 4 de octubre de 2020

La Radical Lucha Por No Luchar

Sectores sociales y etarios cuyos equivalentes de otras épocas se habrían alineado en opciones de claro carácter revolucionarias, “anticapitalistas”, o al menos definitivamente contestatarias, hoy canalizan sus necesidades de oposición sistémica en diversas formas de activismos y posturas que compensan esa necesidad sin enfrentar al poder capitalista hegemónico de lleno. Así aflora una diversidad de militancias que van desde movimientos objetivamente progresistas hasta delirios conspiranoides. La forma más paradójica de este fenómeno lo constituyen el sector juvenil que adhiere a figuras y posturas ultracapitalistas (por ej. libertarios) como canal de compensación de contrapoder.

Pero este fenómeno no se agota en sectores que se lanzan a activismos o posicionamientos en algún punto activos (aunque sólo se trata de acciones on line); vemos que masas enormes de electores, saturados con la dominación político social cristalizada, se apoyan en elementos ultraderechistas que aparecen en algún punto como outsiders (aunque sólo se trate de imagen).
Nos encontramos así que grandes sectores que podríamos prever como potenciales antisistémicos, se vuelcan a diversas formas políticas, sociales y culturales que como mucho generan en el poder económico social alguna incomodidad (cuando no directamente lo benefician).

¿Que cambió desde, por ej., los primeros 70 y la actualidad para que los que no toleran percibir la injusticia sistémica en lugar de tomar banderas rojas tomen banderas de todo tipo de colores (incluso blancas)? De hecho parecería que de lo que se trata es que sea cualquier color con tal que no sea rojo.

Más allá del carácter burocrático y hasta descompuesto que mostraban los llamados “socialismos reales”, sus imágenes externas eran potentes. Incluso aquellas que mostraban sus detractores, los que, lanzados a provocar temor ante un monstruo, construían la idea de un imperio poderoso, frente al que en muchos sectores se generaba la tentación de identificación más allá del posicionamiento ideológico del identificado (cuantas veces escuchamos de la misma boca un “acá tiene que venir un comunismo” y el “acá tienen que volver los milicos”). En definitiva la URSS aparecía como un imperio socialista imparable, que avanzaba inexorablemente hacia el dominio del mundo, el socialismo era una posibilidad inserta con fuerza en el imaginario social, por lo tanto era poderosamente real. Los temores al poder capitalista estaban compensados por otro poder que se presentaba como su sepulturero inevitable. La admiración por la URSS solía ser así la puerta de entrada al universo revolucionario, incluso de muchos que luego se ubicaban en el antisovietismo (principalmente el trotskismo) dentro de ese universo.

La imagen del poder compensatorio de un imperio revolucionario se derrumbó, los potenciales rebeldes quedaron mentalmente desamparados ante el poder burgués; poder burgués que había mostrado sus garras genocidas hacía muy poco tiempo.

El socialismo fue expulsado de la realidad una vez caído su poder soporte en el imaginario social. Ya no aparece como opción ni como protector subjetivo de las acciones y posiciones revolucionarias y contestatarias al poder burgués. ¿Qué hacer con la inevitable percepción de creciente injusticia que los sectores más sensibilizados portan? El desamparo que implica canalizarla en organizaciones anticapitalistas puede empujar a muchos a compensarla con militancias que parecen con el potencial para generar cambios sin cambiar radicalmente nada. Ahora lucho por un mundo mejor mientras el poder concentrado le pone a mi lucha su cámara.

 

A. I.

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