viernes, 15 de mayo de 2020

Años de Cuarentena

Sumergidos en pleno invierno de la Gripe A, concurrimos, no sin algunos cuidados mínimos, a un complejo de cines. El complejo tenía al lado un boliche bailable destinado a adolescentes y postulantes a tales. Lamentablemente para nosotros, el horario de la película que íbamos a ver se acercaba demasiado a la entrada masiva de adolescentes a la disco, lo que nos dejó atascados detrás de una multitud de autos de padres, que se sentían en el deber de cuidado de depositar a sus hijos la menor cantidad posible de centímetros de la puerta del boliche. Después de unos minutos de inmovilidad, mi esposa se exaspera ante el absurdo: “¿No pueden dejarlos en la esquina? Tienen que dejar a los hijos exactamente en la puerta para que no se los secuestren y no se preocupan por los besos y botellas o vasos compartidos a mansalva adentro del boliche en plena epidemia”

En este recuerdo encuentro dos factores que jugaban en aquel marco contextual de la epidemia. Por un lado una ausencia y por otro una presencia; pero ausencia y presencia son del mismo elemento, el miedo.

Con la creciente debilidad subjetual de los padres, ante la desestructuración de autoridad cotidiana; efecto de desintegraciones socioeconómicas hoy conocidas como neoliberales, han trocado disciplina por miedo. Los padres han abandonado arbitrariedades, como por ejemplo “porque lo digo yo”, pero lo han hecho para reemplazarlas por el aparentemente más racional y aceptado -pero sólo aparentemente- “cuidado con”. La capacidad disciplinar de este nuevo método es impactante, volvamos al recuerdo: “cuando yo era chico nos daba vergüenza que nuestros viejos nos vayan a buscar, se lo prohibíamos, ahora le exigen que paren exactamente en la puerta del boliche”.


El antiguo límite es reemplazado con éxito por el arcaico miedo. Hasta aquel momento, una década atrás, el miedo ingresaba a las subjetividades por el difundido portal de la “inseguridad”; luego, el hábito hace al monje, reparte santidad -o más bien su reverso- a cada vez más aspectos de nuestra vida.

En el contexto del recuerdo relatado, aún estaba ausente en muchos aspectos de la vida, por ello esos padres se preocupaban en exceso por dejar o retirar a sus hijos de las coordenadas exactas de la puerta -y los hijos lo aceptaban con entusiasmo-, pero aún no se preguntaban por los riesgos de una epidemia que no fuera la tan mediatizada del virus de la inseguridad. Aún al fantasma de los miedos le quedaba por recorrer varios trechos de los caminos de la vida.

Pero el miedo no ingresa sin inapreciables ayudas, entre ellas la fuerte tendencia a la retracción social. El llamado neoliberalismo ha sido una aterradora arma de destrucción masiva de articuladores sociales, y como efecto de su éxito ha acrecentado la tendencia del capitalismo a la parcelización, la automatización social, que, de la mano del crecimiento de la desocupación y consiguiente población “sobrante”, se arraiga en sectores hasta ayer con fuertes lógicas colectivas.

En el punto exacto del momento recordado, la Gripe A había acumulado miles de contagios y una importante cantidad de muertos; sin embargo, allí íbamos al cine -y los chicos a cruzar salivas en bocas, vaso y botellas-, sólo se habían suspendido las clases 4 semanas y limitado los ingresos a algunos, y sólo a algunos, establecimientos. Tratando de hacer memoria, o más bien, intentando penetrar en el pasado de mi memoria y subjetividad, ¿habría aceptado entonces una cuarentena?, ¿una epidemia justificaba, no ya cerrar fábricas, sino dejar de ir al cine? De hecho no fue así. Hoy, las encuestas dan un apoyo importante a una cuarentena que aparece objetivamente indiscutible; de hecho, no hacerla, no sólo mataría a muchos más de nosotros, sino, a la vista de lo que sucede en el mundo, no evitaría la incertidumbre general como para salvar un derrumbe económico.

Todo indica que en aquel mundo aún la muerte convivía más alegremente con la vida, en un cine o una discoteca. El otro estaba más cerca y más lejos, le temíamos menos al cercano, y ya habíamos alejado lo suficiente al pauperizado como para percibirlo un fantasma temible. Hoy somos todos fantasmas para el otro, los médicos son aplaudidos en abstracto y tabicados en concreto, cuando no abiertamente repudiados.

Así como el coronavirus parece catalizar hasta su máxima posibilidad una tendencia a la crisis económica ya presente, la aplicación de la cuarentena parece instalarse en una tendencia hacia ella que viene alzando su curva hace años. La posibilidad de un mayor cuidado real y concreto parece más bien un efecto benéfico de la “enfermedad” del miedo, provocada por el virus de la retracción social, inoculada colateralmente por la lucha por sostener el beneficio capitalista.


A. I.