miércoles, 19 de mayo de 2021

Historias Mínimas

Lana es una inmigrante ucraniana. La conocí hace unos en un fallido impulso por aprender ruso. Me quedó muy poco, palabras sueltas y algunas guarangadas que incorporé por medios propios. La relación maestra - alumno colapsó por ineptitudes bilaterales, pero antes de desaparecer generó una de amigo – amiga algo más sólida.

Una tarde de ritual matero (ritual de ella, no mío) Lana compartió conmigo su álbum de fotos. Su deseo pasaba por “presentarme” a la distancia a sus familiares y amigos en Krivoy Rog, pero un comentario al pasar sobre su abuela se llevó mi interés hacia objetivos más altos. Se trataba de una historia de amor particular, el novio de la mujer había muerto cazando minas en la guerra y esta terminó casándose con el hermano del muerto (hoy abuelo de Lana), un químico loco que luego trabajó para la KGB.

Para Lana de lo que se trataba era de la rara historia romántica, aquello que había llamado mi atención (guerra, minas, muerte, KGB) no era especialmente destacable para ella. Sin embargo, Lana no es una típica chica ucraniana superficial. Su padre había sido miembro activo del PCUS y sus amplias lecturas incluyen a los clásicos marxistas (En Argentina incorporó con mucho asombro a Trotsky), además de miles páginas de pedagogía, historia, literatura rusa clásica, etc. etc.

¿Por qué para ella lo particular y destacable estaba en con quien se casó su abuela más que en los sucesos grandiosos de los que formó parte?

Comencé a preguntar por el pasado del resto de los ocupantes de sus fotos y entendí muy rápido: Todos tenían historias similares. Lana no pudo nombrarme ningún grupo familiar sin caídos en la guerra. Uno de los mencionados había recibido daños irreparables por pasar una noche en agua helada bajo el fusil de soldados alemanes, sosteniendo en sus hombros a su novia. Otro decía ser el único judío sobreviviente de toda una ciudad cuyo nombre es fonéticamente irrecordable para mí.

Lo único particular en sus allegados era el cotidiano hecho amoroso: su novio murió y extrañamente se casó con el hermano. Los cruces permanentes de las cotidianeidades familiares con la historia de la humanidad eran una constante en las vidas de los ancestros de sus parientes y amigos.

Recordé entonces una foto familiar. Al volver a mi casa la busqué y miré atentamente: son mis abuelos maternos con mi mamá, mi tía y mi tío recién llegados a Buenos Aires desde Rosario, donde el almacén de ramos generales de la familia había quebrado. Yo había guardado esa foto diciendo “el comienzo de la historia”.

Mi abuelo surcó el siglo XX como típico exponente de los más bajos sectores sociales argentinos. Fue un campesino en su Corrientes natal, decía que su abuelo había sido negro, después de que lo dijo (no antes) encontré en él rasgos negroides. En busca de mejores horizontes se fue en los veinte a Rosario, días duro el viaje por el río. Allí trabajó en los mataderos municipales. Tuvo de compañero de trabajo a un español llamado Joaquín, su futuro cuñado. Mi abuela fue la heredera de un almacén portuario. La crisis los trajo a Buenos Aires donde vivieron tres años en pensiones de Belgrano, hasta que en el 46 “Perón nos dio” el terreno de Ciudadela donde hoy está mi casa. En ese barrio mi abuelo abrazó al peronismo en el mismo ámbito donde se alfabetizó. Trabajó décadas en una fábrica de pinturas del entonces fabril Versalles. Se asoció al Club Atlético Vélez Sarsfield cuando Amalfitani comenzaba llenarlo de cemento. Puso su propio esfuerzo para levantar lo que entonces era un club de barrio. De viejo decidió disfrutar de su obra todas las tardes del final de su vida, algo que el tano no pudo. Se fue en el 2000 con 96 años legales, calculábamos que había pasado los 100.

No puedo evitar emocionarme contando una vez más esta historia. Pero las siento emociones tan seculares.

Nuestras cotidianeidades han sido siempre excesivamente cotidianas. Lana también me había mostrado fotos simpáticas, como aquella infantil de su hermano Vitaly. Pero hasta esa estaba impregnada de historia, Vitaly lucia una corbata roja, la corbata de los “Pioneros”.

Que lejos ha pasado todo lo trascendente de nuestras vidas. Mientras en la URSS el devenir histórico necesitó siempre del cuerpo y la sangre de todos aquellos habitantes del día a día, aquí los diarios titulaban con orgullo “Un argentino es el diseñador de las arandelas de los tornillos de las escaleras del último trasbordador espacial”. Queremos subirnos al tren histórico buscando nazis escondidos, tenemos la lagartija peluda más grande del mundo, seguimos con pasión a cualquier grupo de pibes que con camiseta celeste y blanca le ganen a algo a alguien, aunque no sepamos ni las mínimas reglas de ese algo.

Debe ser fácil para un ecuatoriano ser humilde, rara vez chocan con alguien que contraste con sus dignas insignificancias.




Lana había recibido mi promesa de devolver su viaje al pasado con otro a través de mi álbum familiar. Me sentí algo incomodo con mis mínimas emociones maternas. Decidí pedir una mano a mi finado padre. Le regalé para su cumpleaños “Boquitas Pintadas”, lo devoró, disfrutó, analizó y discutió conmigo. Cuando vi que el libro había hecho su obra la invité a ver mis fotos. Oculté a mi abuelo obrero con la vergüenza propia de un nuevo rico y mostré a mi familia paterna en Villegas, mientras le decía: “en esas fotos esta Puig de niño, también las personas que inspiraron los personajes de Boquitas Pintadas, que vivían en Villegas y no en Vallejos”. “¿Quienes son?” me preguntó devolviéndome involuntariamente a la vergüenza y la insignificancia, “no sé”, me vi obligado a contestar, “todos los que podían identificarlos están muertos”.




A. I.