jueves, 28 de marzo de 2013

La Muerte de Dios


Hay quienes creen que Jesús ni siquiera existió. Hay quienes piensan que sí existió y fue un hombre importante. Algunos hasta lo llaman profeta. Otros van un poco más allá, y lo llaman Cristo, que significa Mesías, Salvador: para ello, dicen que además de humano fue Dios.
Allí mismo es donde se presenta el problema. ¿Cómo puede Dios morir? Y si así sucede, ¿Para qué? ¿Para qué creer en un Dios que muere? ¿Para qué puede ese Dios querer morir?
Entre los que reconocen a Jesús como Dios, hay quienes piensan que los seres humanos habían ofendido a Dios con su propio pecado, y que no tenían manera de restituir esa gloria mancillada; por lo que la manera que Dios encontró de salvar su honor fue Él mismo pagar esa deuda contraída por el ser humano: muriendo Él la muerte que al ser humano le correspondía. Ahora bien, ¿Puede decirse que eso es amor? ¿Puede decirse que hay un verdadero perdón cuando la deuda, al fin y al cabo, es cobrada hasta la última instancia?
Asimismo, entre los que reconocen a Jesús como Dios, hay quienes no consideran que su muerte fuese un sacrificio expiatorio, es decir, un sacrificio para cubrir una culpa ajena. Para ellos, su muerte fue simplemente un asesinato de parte de los seres humanos, incapaces de reconocer tan radical manera de amar. Para ellos, Jesús, en su muerte, estaba tomando el lugar de todos los crucificados, excluidos de la historia. El Cristo ocupó, de manera paradigmática, el lugar de la víctima que muere injustamente, reclamando su dignidad negada. Su muerte, entonces, es entendida como la consecuencia inevitable de una vida de lucha frente a los poderes de muerte del sistema.

viernes, 1 de marzo de 2013

Están entre Nosotros

Como método de control social, la persecución del “nosotros”, suele ser mucho más efectiva que la de un “otro” que se separe del cuerpo social con límites claros y contundentes.

La persecución de aquellos que son “como nosotros”, que están “entre nosotros”, tiene una fuerza disciplinante difícil de medir. Es suficiente ponerla en funcionamiento para que corra por entre los intersticios de la sociedad civil motorizada por el miedo y la necesidad de ser acepto por el poder.
La inquisición, las cazas de brujas, el macartismo y otros fenómenos similares reprimieron a sus victimas directas, pero uno de sus efectos mayores fue el control que generaron en quienes, aliviados, se salvaron de sus garras; e incluso en quienes colaboraron con ellas.