viernes, 28 de diciembre de 2012

Años Nuevos Eran los de Antes

Años nuevos eran los de antes, cuando uno se prometía a si mismo un año mejor y se lo deseaba sinceramente al otro. Hoy, en algún lugar de nuestro ser, sentimos que por ahí si le va bien se queda con una parte del beneficio que me tocaba a mi, la comunidad parece ir siendo reemplazada por un enorme mercado de individuos.
La artificialidad del clásico “¡felicidades!” condensa la supervivencia meramente formal de alguna forma de moral hacia el prójimo. Hoy nuestros buenos deseos -y hasta las solidaridades concretas- persisten de forma residual, como practicas farisaicas, sin sensibilidad alguna.
Sin embargo, estas prácticas vacuas parecen mostrar que aun no nos hemos entregado a un desenfreno egoísta, todavía portamos imperativos solidarios -intenalizados en nuestras socializaciones, en las que fuimos construido como seres- a través de normas y ritos cumplidos artificialmente y con fastidio, dejando en nuestras emociones tan sólo una sensación de pesadez.
Se trata sólo de un hilo de solidaridad, pero sin contenido alguno, sólo persiste como deber a cumplir economizando su realización al máximo, hasta donde la satisfacción de nuestras conciencias lo permite.
La sociedad nos va condenando a la individualidad más absoluta, pero a su vez no obliga a cumplir con los mínimos necesarios para que el colectivo subsista lo suficientemente como para que sigan existiendo los individuos.

viernes, 21 de diciembre de 2012

La Navidad… Ese Producto de un Éxito Editorial


Démosle en esto la derecha a la Watchtower: la navidad tiene un origen pagano, sólo que, a diferencia de los testigos, creemos que tal vez en ello podemos encontrar su verdadero valor: su carácter plebeyo, popular.
Las Saturnales se celebraban alrededor del solsticio de invierno, se realizaban visitas, banquetes y regalos, la imposición del cristianismo produjo un montaje de rituales y festividades del que esta fiesta parece no haberse salvado. Sin embargo, la Iglesia ha tendido a canalizar en su estructura las celebraciones, y la navidad fue incrustada como una fecha más en el calendario eclesial.
Pero por debajo, la fiesta de la vida siguió su curso, ahora cargada del significado que el nacimiento del redentor del amor y la justicia contenía. Las estructuras no fueron proclives a acciones por detrás de sus santuarios, sin que sus rituales de velorio impongan la sumisión más que la alegría.
El protestantismo –en especial los puritanos- nunca pudo superar el origen pagano de la navidad, al que agregaba un desconfiable tinte romanista. Hasta logró que la celebración de esa “pebeyada” se prohibiera. La respuesta fue un levantamiento popular que impuso nuevamente su aceptación.
Con tantos golpes, la navidad parece haber llegado al siglo diecinueve en franco declive, circunscripta a los sectores populares y rechazada o ignorada por la “sociedad”. Hasta que un escritor que había pasado el comienzo de su vida entre aquellos que celebraban el espíritu navideño decidió reivindicarla. O al menos regalar a quienes la celebraban un relato en el que los buenos están claramente entre los festejantes y los malos entre sus detractores.
El éxito impuso la universalización del festejo secular de la navidad definitivamente, le dio su forma y su sentido, la bella forma y el profundo sentido del cuento de un escritor maravilloso.

viernes, 7 de diciembre de 2012

Cosmogonías


Se hace necesario conjurar el caos que rodea la vida y esa armazón de seguridad precaria con que intentamos protejerla infructuosamente ¿Cómo? ¿Si nos supera abismalmente? Explicándolo, dándole un lugar en nuestra estructura de conocimientos y sentidos. Distintas construcciones más o menos efectivas fueron sucediéndose una tras otras, hoy vivimos bajo la más ineficaz, artificial y arbitraria de todas: la ciencia.

jueves, 29 de noviembre de 2012

El Pasado Inevitable


Siempre me resultó llamativo -por no decir paradójico- la aversión por los tiempos pretéritos de las cofradías de optimistas. “Olvidar el pasado y mirar para adelante” es el cliché reglamentario de toda boca entusiasta, que suele repetirlo sin notar que con ello no hace más que reconocer la verdad de los escépticos: para tener esperanzas hay que olvidar la vida.
Pero “el pasado es indestructible, tarde o temprano vuelven las cosas; y una de las cosas que vuelve, es el proyecto de abolir el pasado” les aclara Borges a las troupes de la autoayuda, siempre militando en vano por tal proyecto.
No sólo es eso, la felicidad, podríamos decir con Kierkegaard, no es más que aquello que se asemeja de algún modo a lo que nos hizo felices en tiempos dejados atrás, que, tal vez, no haya sido más que lo que se asemejaba a lo que había hecho felices a quienes nos antecedieron.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Grandes Pequeños Hombres

Sería una tarea vana buscar la razón última de la entidad polémica que contienen la mayoría de nuestros grandes hombres en sus propias características, mayor éxito tendría nuestra búsqueda si la dirigimos hacia las contradicciones en la que se vieron insertos, las que generaba la incapacidad estructural de las clases dirigentes del devenir nacional para poner en pie una nación capitalista moderna.
De hecho, cuanto mayor fuera la capacidad de esos hombres, mayores son las contradicciones que hoy podemos observarles. Los fracasos de Sarmiento y Alberdi eran para Milciades Peña “la tragedia de los mejores, de las cabezas más lúcidas y fieles al futuro gran destino nacional en todos los países acunados por la modorra y al atraso”.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Sueños

Según Borges –y aparentemente sólo según Borges- Eclesiástico dice “lo que esperas, eso es lo que sueñas”. Hoy, esta afirmación, lejos de parecernos vana, estaría señalando –de modo asombrosamente prematuro- la profundidad psíquica de lo que nuestros sueños manifiestan. Sin embargo, en aquel mundo antiguo, el origen secular de cualquier fenómeno sólo implicaba su intrascendencia.

viernes, 12 de octubre de 2012

El Segundo 17

"Yo estaba avergonzado e indignado. Eso es, indignado y avergonzado" añora casi confesionalmente Borges al recordar el 17 de octubre.
La movilización de masa que generará el movimiento político más importante del siglo, a Borges le trae a su memoria su personal sensación de vergüenza e indignación.
¿Era la irrupción pública de obreros empobrecidos en la escena pública lo que lo indignaba de esa forma? Podríamos al menos relativizar esa hipótesis recordando que fue él quién descubrió el brillo de los orilleros. Más que sus integrantes individuales, es la masa organizada lo que espanta a Borges, la vergonzante negación del individuo en el colectivo al que se entregan los sectores populares lo que su alma burguesa no logra superar.
Mucho menos la presencia del líder. Aquello aparecia como escesivamente similar a lo que debieron sufrir sus ancestros (¿y también los de Perón?) ante el impúdico rosismo.
Vivo en una Buenos Aires que ya no existe” decía Borges sobre los efectos de su ceguera. Cuando alguien le refería la esquina de Paraguay y Gurruchaga, su mente buscaba imágenes que ya no existían. Pero su mente se había quedado más lejos en el tiempo que los años en que sus ojos reflejaban esquinas. Borges vivía en el país de sus ancestros, aquel que apresuradamente se retiraba ante la irrupción de descamisados y enriquecidos sin alcurnia. Al escuchar "Perón", la mente de Borges buscaba apresuradamente a Rosas. Incluso –el, tan dado a desdoblamientos- al escuchar “Borges” recurría a Echeverría, y en La Fiesta del Monstruo escribió su propio “Matadero”.

viernes, 5 de octubre de 2012

No llegaron ni a la Punta del Obelisco


No hay evento trascendente de la historia -o del presente- que no tenga su reglamentaria teoría conspirativa. Como las paranoias, su credibilidad no depende del grado de capacidad intelectual o racionalidad del portador. Su posibilidad de existencia se encuentra en otro lado, funciona con una lógica propia… o más bien prestada, recibe la proyección de una fuerza de convencimiento surgida de lo más profundo de nuestros miedos y deseos. Así podemos encontrarnos con inteligentísimas y cultas personas que afirman que la llegada a la luna es un montaje. No van a alcanzar mil argumentos para sacarlos de ese estado de desconfianza; nada va a cambiar sus deseos de creer en el complot. Aunque mil veces vean el video de la bandera yanqui petrificada, van a seguir jurando que flamea, al punto de hacernos dudar de nuestros propios sentidos, por no decir de nuestras corduras. Es que para ellos, creer que los yanquis llegaron a la luna es ser algo así como unos cerdos vendidos al imperio del norte. Allí tal vez esté la clave, necesitamos creer en al menos algunos de estos absurdos conspirativos ante la impotencia frente al dominio de la información por parte de los grandes poderes sociales, económicos y políticos. De ese modo, creemos abrir falsos agujeros en la estructura que se nos aparece como impenetrable. Así como los delirios del lunático compensan la propia impotencia, estos delirios colectivos son artificiales salidas del cerco del poder, reemplazos inútiles de la necesidad de agruparnos y generar nuestro propio discurso colectivo frente a las patrañas de arriba.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Reserva Moral

¿Qué pensaría una maestra de los años 20, con su Contrato de Señoritas firmado, si viese una escuela hoy? ¿Un pastor de esos mismos años si entrara a una iglesia actual? Sin excluir a los más fundamentalistas en moral.

La moral ha seguido exactamente el camino “decadente” que sus grandes profetas defensores de antaño habían anticipado con tintes catastróficos; sólo que cuando llegó, lejos de parecerse al preludio del fin del mundo, lo percibimos como evolución progresiva. Incluso estamos orgullosos de aquello que en el pasado se temía como síntoma del caos.

Los próceres de la ciencia ficción imaginaban pantallas en las que se podría leer el resultado de las carreras o el pronóstico del tiempo; televisores enormes que apenas sobresalían de las paredes; hombres con aparatos portátiles con los que se podían comunicar con cualquier otro en cualquier momento. Hoy vivimos en el mundo futurista que la ficción anticipó como fantástico (baste recordar que Star Trek inspiró al inventor de esos intercomunicadores sin los que no podemos salir a la calle); sin embargo creemos –tal vez con razón- que habitamos la misma realidad que nuestros padres o abuelos, hasta pensamos que aquellos autores futuristas se excedían en el uso de su imaginación.

jueves, 20 de septiembre de 2012

¡Eso No es Más que un Mito!

Escuchar o leer la palabra “mito” nos impulsa mentalmente a una serie de destinos posibles:
Hércules, Zeus, o alguna película de Maciste.
Alguna idealización histórica.
Una delantera incontenible de los años 50.
En todos estos casos el término conlleva alguna de las formas de la falsedad.
Tendemos a suponer que Hércules y Zeus no existieron jamás –aunque no tengamos pruebas de ello-; lo mismo pensamos de Maciste –en este caso podemos alegar notorias deficiencias actorales-; el revisionismo histórico llegó al extremo sacrílego de poner en cuestión la asistencia perfecta de Sarmiento; y resulta que la Máquina sólo formó completa un par de decenas de veces.
Sin embargo, hay quienes consideran el vocablo “mito” como el rótulo de tesoros de verdades a descubrir; verdades que exceden por mucho la literalidad de los hechos que relatan; al punto de convertir la determinación o no de la veracidad de su contenido fáctico, un dilema totalmente superfluo.

viernes, 14 de septiembre de 2012

El Futuro Presente

¿Hubo algún género literario que haya reflejado tan crudamente la realidad como la ciencia ficción? Su hábito de llevar las tendencias hasta sus últimas consecuencias nos desgarraban con realidades humanas potenciadas al máximo, convertidas en hiperrealidades. Si miles de cámaras ocultas hubieran filmado cada detalle del régimen estalinista, no hubieran podido reflejar su monstruosidad con la fidelidad que lo hace 1984. ¿Hay una mejor exposición de un censor que los bomberos de Fahrenheit? Las ilusiones del cientificismo dejan ver toda su vanidad al dar contra el absurdo Solaris.

Borges se pregunta –y responde- sobre las Crónicas Marcianas de Bradbury: “¿Qué ha hecho este hombre de Illinois, me pregunto, al cerrar las páginas de su libro, para que episodios de la conquista de otro planeta me llenen de terror y de soledad? ¿Cómo pueden tocarme estas fantasías, y de una manera tan íntima? Toda literatura (me atrevo a contestar) es simbólica; hay unas pocas experiencias fundamentales y es indiferente que un escritor, para transmitirlas, recurra a lo fantástico o a lo real, a Macbeth o a Raskolnikov, a la invasión de Bélgica en agosto de 1914 o a una invasión de Marte. ¿Qué importa la novela, o la novelería de la science-fiction? En este libro de apariencia fantasmagórica, Bradbury ha puesto sus largos domingos vacíos, su tedio americano, su soledad, como los puso Sinclair Lewis en Main street”.

Podríamos agregar que si lo peor que han visto nuestros ojos lo llevamos a sus máximas posibilidades de realización gracias a ilimitadas avances técnicos, lo ingrato se vuelve atroz, lo falso se hace farsa y la injusticia se convierte en absurdo despotismo.

La apocalíptica llevaba a una dimensión cósmica su denuncia del mundo presente, la ciencia ficción, en sus mejores casos, no es otra cosa que la secular apocalíptica de la modernidad.