viernes, 26 de julio de 2013

El Oficio Más Viejo... de la Argentina

La carente soledad de aquellos inmigrantes que trajeron al mundo a nuestros padres, no les permitía acumular el peculio necesario (en moneda circulante o en acumulación de vínculos) para comprar amor, apenas podían pagar por su soporte material, para ser más preciso: $1 la argentina, $2 la polaca y $5 la francesa.
No son pocos los autores que señalan el comienzo de este comercio de pieles en la década del ‘80. Sin exigirse en suspicacia, Sebreli sospecha que el “ingreso, desde 1886 a 1889 de 260.000 inmigrantes, sería indudablemente, uno de los factores condicionantes”.
Es que esta masa humana verá hacerse añicos su sueño de “hacerse la América” por la vía decente contra la pared resquebrajada de la estructura precapitalista del país. Imposibles de ser absorbidos por el estrecho mercado de trabajo como mano de obra, se alojarán en sus márgenes económicas, sociales y ecológicas. Así crecerá en sus “orillas” un grueso lumpenproletariado fecundado por aquella ansia de riquezas rápidas que casi toda inmigración trae consigo. El “atajo” indecente se convirtió de este modo en camino legítimo a seguir en el clima social de este sector marginal, irrespetuoso ya de por sí de las formas menores de la legalidad.
Pero la condición objetiva del florecimiento del fenómeno de la prostitución estará dado por otro fenómeno, ahora objetivo, de la inmigración: una gran desproporción sexual masculina que llegará en 1914 a 518.000 hombres más.
Tal desproporción se acrecienta según la estructura de edades hacia un pico en la etapa “social” principal (15 a 64 años); los inmigrados solían ser hombres solos, ya Sarmiento había notado el hecho de que “venían pocas mujeres y menos niños entre los inmigrantes”.
Pero la objetividad de este segundo efecto de la inmigración no es puramente estadística. La desproporción refiere principalmente a las clases desposeídas que eran las que venían a engrosar los expatriados. Es en ellos que “hace carne” la soledad ciudadana en su forma más sensitiva: la soledad sexual.
La estadística acrecentada por la necesidad de satisfacción sexual en las clases populares, la legitimidad de la búsqueda de esta satisfacción por la vía “indecente” y del ofrecimiento de dicha satisfacción como medio de “llegar lejos” económicamente en el clima cultural lumpen, harán posible el fenómeno prostibulario más importante del mundo en ese momento.
El tango surge como cortina musical de ese espectáculo de sombras. En él se refigurará la realidad del suburbio, la mala vida, y en especial su corazón, la más degradante sumisión de la mujer al hombre: la prostitución.
En este marco, las zonas portuarias, siempre propicias para el desarrollo de las actividades prostibularias, verán sobredimensionadas sus magnitudes.
La Boca, puerto y arrabal, albergue de los solitarios hombres del mar y la ciudad, del marino, el trabajador desarraigado y solitario y del orillero, será el lugar de confluencia de todas las variables posibles que puedan potenciar este fenómeno al máximo, hasta convertirse en la más degradante capital internacional de la prostitución y el malevaje.