sábado, 26 de septiembre de 2020

Mundo Libre

Me crié en un ambiente fuertemente anticomunista. La bandera roja generaba en mi temores similares a los que en mis primero años provocaba el cuco o el hombre de la bolsa (y esto no es ningún recurso literario, era básicamente así). La URSS era Gog y Magog avanzando inexorablemente sobre el “mundo libre”. ¿Cuál era el principal argumento que se esgrimía en aquel ambiente contra este estado demoníaco y sus aliados? Uno muy simple pero contundentemente incontestable: no permitían a sus habitantes cruzar las fronteras; es más, el nombre utilizado para esas fronteras era el de “cortina de hierro”.

Mientras en el mundo libre (que principalmente debía tal condición a sus fronteras abiertas) sus ciudadanos podían moverse por donde les plazca, “detrás de la cortina de hierro” los oprimidos por el monstruo comunista debían vivir toda su vida en esas corceles gigantes que eran sus territorios.

Recuerdo las historias sobre héroes que habían logrado escapar a pesar de la vigilancia de las policías secretas que tan sólo por el simple hecho de cruzar un límite artificial los declaraba delincuentes. También recuerdo que esos héroes eran siempre ayudados desinteresamente por otros del “mundo libre” que no dudaban en arriesgar sus vidas plenas de libertad de movimiento a fin de colaborar con soñadores que se lanzaban por túneles, balsas y hasta objetos voladores improvisados hacía el “exterior” de sus gigantesca cárcel. También recuerdo las tragedias de quienes fracasaban; los más afortunados morían, los menos quedaban vivos en las garras del monstruo, ya sin ninguna otra esperanza de escapar de la jaula gigante. Las mayores tragedias se relataban sobre un gigantesco muro que dividía una antigua ciudad.

Al fin, hace no tantos años, ganaron los buenos, el “mundo libre” derrotó al demonio, la vieja ciudad volvió a abrazarse a si misma y hoy el mundo es uno, ya sin vallas, sin muros ni alambradas, sin que ningún ser humano sea considerado en la ilegalidad por recorrer libremente un planeta que Dios hizo sin más fronteras que ríos y montañas.

 A. I.

sábado, 19 de septiembre de 2020

El Presente Me Condena

El tipo me da sinceramente pena, no lo digo de forma sarcástica, me apena honestamente. Recuerdo una nota que le hicieron hace unos años, dedica varios párrafos a quejarse del Partido Comunista por no haber puesto guita en el diario que abría (luego me enteré que sí la puso); y por haber abierto otro diario y hacerle competencia en lugar de apostar a un gran diario de izquierda. Lo recuerdo denunciando al poder concentrado; diciéndole a una pianista en un piquete que no tenía laburo y luchaba por comer, “vos tendrías que pelear por un piano y tenés que luchar por sobrevivir”. Lo recuerdo defendiendo a quienes se levantaban contra el poder, incluso con más audacia que cualquier otro periodista. Lo recuerdo dedicar su vida a atacar a poderosos, a defender a sojuzgados, a atacar a fascistoides, xenófobos y toda clase de lacras. Lo recuerdo levantar la lucha de los derechos humanos. A todo eso dedicó su vida. Dicen que siempre le gustó la guita, la verdad es que tuvo grandes problemas económicos por ser intransigente, para algunos demasiado. Hoy ya no lo escucho, pero recorriendo redes sociales lo veo defendido por los personajes más oscuros, siendo símbolo de lo más rancio de todo aquello que combatió. Veo su cara como perfil de fan pages de Facebook, Twitter, Instagram, en las que en su nombre se defenestra a los “negros”, a los “vagos” (por ejemplo, como la pianista aquella), donde se defiende abiertamente a los genocidas, incluso a veces hasta a los más terribles regímenes europeos del siglo 20. Sobre todo eso su rostro serio, subrayando todo aquello a lo que dedicó su vida a combatir. Lo veo reposteado quejándose de bebés y tortas como antes lo hacía del grupo mediático que lo marginaba y ahora lo alberga. Es un muy triste final, sin ironías: realmente me genera nostalgia aquel que fue. No puedo evitar preguntarme que pensará al ver su cara sobre posteos con la imagen de un dictador que aborreció casi desde la cuna.

Pobre hombre, desperdiciar una vida entera.

Entonces recordé que yo no lo admiraba tanto ¿Por qué? Valoraba sus denuncias al poder, pero también criticaba su falta de eje, su base en la mera buena voluntad, ningún fuerte ideológico, ningún marco de análisis, la mera intuitividad progresista, no estaba anclado a nada. El odio visceral a quienes en algún momento le tocaron el ego lo empujó hacia sus enemigos, de los que no lo separaba una firme convicción racional, ninguna idea fuerte; sólo era él; y sólo se fue con quienes lo odiaban y hoy lo usan, es plausible pensar que en algún momento lo descartarán, entonces se irá convirtiendo un lejano fantasma, como otros cuyos nombres ahora no me vienen a la memoria.

A. I.