viernes, 21 de diciembre de 2012

La Navidad… Ese Producto de un Éxito Editorial


Démosle en esto la derecha a la Watchtower: la navidad tiene un origen pagano, sólo que, a diferencia de los testigos, creemos que tal vez en ello podemos encontrar su verdadero valor: su carácter plebeyo, popular.
Las Saturnales se celebraban alrededor del solsticio de invierno, se realizaban visitas, banquetes y regalos, la imposición del cristianismo produjo un montaje de rituales y festividades del que esta fiesta parece no haberse salvado. Sin embargo, la Iglesia ha tendido a canalizar en su estructura las celebraciones, y la navidad fue incrustada como una fecha más en el calendario eclesial.
Pero por debajo, la fiesta de la vida siguió su curso, ahora cargada del significado que el nacimiento del redentor del amor y la justicia contenía. Las estructuras no fueron proclives a acciones por detrás de sus santuarios, sin que sus rituales de velorio impongan la sumisión más que la alegría.
El protestantismo –en especial los puritanos- nunca pudo superar el origen pagano de la navidad, al que agregaba un desconfiable tinte romanista. Hasta logró que la celebración de esa “pebeyada” se prohibiera. La respuesta fue un levantamiento popular que impuso nuevamente su aceptación.
Con tantos golpes, la navidad parece haber llegado al siglo diecinueve en franco declive, circunscripta a los sectores populares y rechazada o ignorada por la “sociedad”. Hasta que un escritor que había pasado el comienzo de su vida entre aquellos que celebraban el espíritu navideño decidió reivindicarla. O al menos regalar a quienes la celebraban un relato en el que los buenos están claramente entre los festejantes y los malos entre sus detractores.
El éxito impuso la universalización del festejo secular de la navidad definitivamente, le dio su forma y su sentido, la bella forma y el profundo sentido del cuento de un escritor maravilloso.

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