viernes, 30 de octubre de 2020

Lavado de Cerebro

 

Los inquisidores modernos han encontrado hace ya tiempo un caballito de batalla infalible: el “lavado de cerebro”. Mediante este concepto con pretensiones científicas suelen dar explicación a las adhesiones a las “sectas” de “personas normales” sin necesidad de satanizar más que a sus líderes. No obstante, el “lavado de cerebro” ha existido históricamente, incluso ese era el término utilizado por los victimarios. Sin embargo, los cazadores de sectas no suelen reparar en este hecho. Es que la lógica y el mecanismo del “lavado de cerebro” real es en realidad la negación del carácter mágico imprescindible para que sea la muletilla que “explica” sin que se haga necesario dar explicación alguna.
Si en algún lugar ha existido algo similar a la fantasía del lavado de cerebro como explicación casi mágica de cambios que nos resultan inaceptables en el pensamiento y conducta de personas que vemos nuestros iguales, fue en la China revolucionaria. Como para caricaturizar algo más el asunto, sería nada más y nada menos que el famoso “lavado de cerebro comunista”, peligrosa arma que amenazó el imaginario de nuestras capas medias durante toda la guerra fría.
De hecho el concepto tiene en el chino su origen (hsi nao), técnica con la que los comunistas ponían de su lado a soldados enemigos.
Sin embargo, ni en este explicito lavado se visualiza algo similar a esta manipulación ineludible del programador, frente al cual la única solución segura es correr lo más rápido posible.
¿Estos soldados no eran acaso campesinos luchando contra el ejercito de su clase? Por lo tanto se trataba de objetivar una situación que aparecía de por si absurda, sólo era condición asumir como válidos los criterios socialistas de lectura de la realidad, hecho no muy dificultoso para un hombre que convivió con la explotación más salvaje durante toda su vida. Sólo era necesario reconocer que la identificación con el enemigo era una vía artificial de superación del estado de opresión y que aquí estaba un poderoso ejercito de explotados esperándolo para liberarse objetivamente de ella ¿Era esto algo distinto a asumir una realidad contundente?
Distinta era la situación posterior a la toma del poder por los maoístas, la escasez de cuadros e intelectuales y las necesidades de propaganda internacional llevo a sus lideres a intentar resocializar a miembros de las clases dominantes, para quienes el cambio no resultaba tan natural. El más famoso de estos casos fue el del mismísimo emperador Pu Yi, proceso bellísimamente retratado por Bertollucci en El Ultimo Emperador.
El emperador manchú, cómplice de los japoneses en crímenes que ni en cantidad ni en calidad tienen algo que envidiar a los nazis, culminará su vida como un comunista convencido. Que mayor prueba en ello que una enorme manipulación mental
Sin embargo, la realidad objetivada será también en este caso el componente básico de este “lavado”.
Sin duda las reconstextualizaciones de las percepciones del mundo estarán muy bien afirmadas en las condiciones de aislamiento y convivencia con otros resocializados en el centro de resocialización, pero, como bien muestra la película, la identidad imperial es un elemento lo suficientemente duro de roer por el sólo cambio de ámbito. Pu Yi y el Emperador eran una misma cosa en la mente de este sujeto.
No quedaba otra que acudir a una fuerte dosis de aquella realidad social que determino esta fusión primaria para disolverla y convertirlo en hombre.
Para ello, el sujeto debía primero desvalorizar eso que era. En el caso de Pu Yi, una buena objetivización de la realidad desde los criterios apropiados podría realizar un excelente trabajo.
Pu Yi no era más que un neurótico cruel y asesino desvalorizado moralmente desde cualquier cosmovisión humana. Sólo su condición divinizada de Hijo del Cielo cambiaba de caracteres sus atrocidades. Era preciso dejarlo sólo en la tierra, colocarlo en la realidad de la prisión donde una fuerza que el no podía refrenar colocaba hasta a su paje como un par.
En este marco, la lluvia de exposiciones de los crímenes de los que fue coautor erosionaron lentamente el orgullo de ser quien era, hasta convertir su carácter imperial en un peso del que el hombre que emergía con el sufrir deseara disociarse.
El criterio de valoración aristocrático desaparece entre los prisioneros y es reemplazado por el de la nueva sociedad, absolutamente opuesto al anterior: el trabajo. Para este, la nobleza está capacitada de modo inversamente proporcional a sus jerarquías, aquí Pu Yi era el principal inútil, el de menores posibilidades de adaptación. Su autoestima es un manojo de culpas e insuficiencias.
Golpeada de este modo su identidad, el siguiente paso será una primera mano tendida, la cosmovisión dominante (no una antojadiza, sino la triunfante y ahora socialmente hegemónica), ofrecía una explicación externa a su lamentable ser. El no sería más que el producto de una determinada ubicación en una estructura social especifica. Ese cúmulo de miserias era la categoría social que lo había construido y la angustia que ahora sufría por ello demostraba que su personalidad podía trascenderla.
Pero para ello la nueva sociedad debía ofrecerle un camino, y lo hará: un lugar más en la aniquilación de la formación social que lo produjo como un demonio y en la construcción de la nueva sociedad, construcción en la que se convertirá en un hombre nuevo.
¿Es esto un lavado de cerebro acorde a la imagen que nos refiere ese concepto? Si lo es ¿No debemos encontrar al menos elementos de ello en cualquier operación de socialización o resocialización cotidiana? ¿Que es el Psicoanálisis?
El lavado de cerebro requiere para existir según los postulados de nuestra imaginación que ella contenga también una realidad objetiva inalterable, dada independientemente de las diversas interacciones sociales y de la convivencia de cosmovisiones resultantes de ellas.
Sino, sólo se presenta como una solución real o artificial, precaria o sólida de estados de insatisfacción social producto del choque entre la construcción que la sociedad hace de nosotros desde sus necesidades de legitimación, desde su “deber ser”, y las imposibilidades objetivas de devenir con esta construcción en el cínico seno de su “ser”.


Alejandro Irazabal

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