martes, 11 de julio de 2023

Edipo Nuestro Rey

Los mecanismos compensatorios de la lucha real que significaron las oleadas feministas, indigenismo o ecologistas parecen ya agotarse y ser reemplazados por un masivo ejército de losers ardiendo en defensa de una meritocracia para la que claramente no califican.
Hoy el clásico pedido de la izquierda "no votar a sus verdugos" debe extenderse a "no convertirlos en ídolos" al grito de "qué bien que me cortó la cabeza con el hacha".
Pensando en posibles bases sobre las que otorgar alguna lógica racional a este aparente absurdo, recordé a un viejo y excéntrico profesor universitario que solía buscar a Freud como aliado en su solitaria lucha intestina contra "la izquierda"; aunque en este caso en particular utilizó los temibles fusiles freudianos contra otra de sus obsesiones; Rozitchner "el Bueno" -el profesor señalado- había creido encontrar la matriz del sometimiento a un viejo líder en el mito originario de la subjetividad: el Edipo; hoy posiblemente debamos revisitar sus conclusiones para extenderlas a un fenómeno mucho más amplio que la mera adhesión a un líder.
La caida de la URSS, con lo escasa en reivindicables que se encontraba en su patético final, no ha dejado de constituir un drama para la clase obrera mundial y todos aquellos que necesitan de su construcción política revolucionaria; el derrumbe del imperio socialista condenó a la idea de la revolución a una deportación de la realidad, y nada ha podido reemplazarla. Las masas oprimidas han quedado a tal punto sin estructuras ni armas de defensa que la terminología misma que estoy usando en este texto seguramente es leída por muchos como anacrónica; es decir, como parte de los bagajes del socialismo expulsado de Mundo.
¿Cómo seguir adelante en un universo totalmente entregado a su dominador? Echando mano al viejo truco alojado en nuestra matriz de socialización más básica, identificándonos con él.
Por ello no es casual que con las versiones más descaradas de ese poder -o de sus lacayos- se identifiquen aquellos que parecen tener más conflicto con este nuevo modo de existencia; son estos los que más fuertemente necesitan de ese proceso de identificación.
Si mi viejo profesor tenía razón, estaríamos definitivamente condenados. Pero si seguimos la lógica de su razonamiento esa identificación sometedora es la base de la construcción de la fuerza de la personalidad con la que el sujeto va a salir al mundo, ¿Habrá que esperar que avance este proceso a nivel colectivo para convertirse en potencia? Pero ¿lo hará sin la intervención del psicoanalista de la historia del que hablaba Marcuse? Hoy el Partido Revolucionario parece reducido a la insignificancia cuando no alienado de su idea definitoria: la revolución. ¿Podrá ponerse en pie a tiempo? 
Más que una izquierda -temerosa de ser incorrecta-, hoy son los desclazados derechistas quienes hablan permanentemente del socialismo difamatoriamente; pero esta obsesión contra una imagen que parece definitivamente borrada no deja de llamarme la atención.
AI
 

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