Borges se pregunta –y responde- sobre
las Crónicas Marcianas de Bradbury: “¿Qué
ha hecho este hombre de Illinois, me pregunto, al cerrar las páginas de su
libro, para que episodios de la conquista de otro planeta me llenen de terror y
de soledad? ¿Cómo pueden tocarme estas fantasías, y de una manera tan íntima?
Toda literatura (me atrevo a contestar) es simbólica; hay unas pocas
experiencias fundamentales y es indiferente que un escritor, para
transmitirlas, recurra a lo fantástico o a lo real, a Macbeth o a Raskolnikov,
a la invasión de Bélgica en agosto de 1914 o a una invasión de Marte. ¿Qué
importa la novela, o la novelería de la science-fiction? En este libro de
apariencia fantasmagórica, Bradbury ha puesto sus largos domingos vacíos, su
tedio americano, su soledad, como los puso Sinclair Lewis en Main street”.
Podríamos agregar que si lo peor
que han visto nuestros ojos lo llevamos a sus máximas posibilidades de realización
gracias a ilimitadas avances técnicos, lo ingrato se vuelve atroz, lo falso se
hace farsa y la injusticia se convierte en absurdo despotismo.
La apocalíptica llevaba a una
dimensión cósmica su denuncia del mundo presente, la ciencia ficción, en sus
mejores casos, no es otra cosa que la secular apocalíptica de la modernidad.
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