Siempre se dijo que si Spineta hubiera nacido en Londres o Nueva York sería uno de los grandes popes de la historia del rock, y cuando digo "siempre" quiero decir "siempre". Tan "siempre", que Guillermo Vilas lo repetía a mitad de los 70, y decidido a sacar a su amigo de su condición de Carlovich. Intentó convencer a los directivos de la Columbia norteamericana de lo fructífero que sería obtener el "pase" de este genio anulado al conocimiento mundial en un país tan centralcordobiano como Argentina.
Lo intentó y lo logró, con tal éxito que el "pase" incluiría un contrato por 5 años.
Para el primer paso, un álbum en inglés, CBS invirtió 100000 dólares, una suma importante para el mercado musical de entonces. Además de sesionistas de alto vuelo como Paulinho da Costa, pusieron a su disposición al arreglador de Imagine, Torrie Zito y nada menos que a George Tucker Butler Jr., gran amigo de Miles Davis y uno de los nombres importantes del mítico sello Blue Note.
Pero no pasó mucho tiempo para que Spinetta comprendiera que era él quien estaba a disposición de ellos.
Es que, como es mercantilmente lógico, de lo que se trataba la introducción al mercado americano era exactamente de eso, de la introducción al MERCADO americano, no a el mundo del arte musical de los Estados Unidos (para entonces cada vez más alienado por el primero).
Los grandes gourmets preparaban el manjar con más salida del momento y el argentino llegaba al final a agregar "sal y pimienta a gusto". "Sing Spinetta" escuchaba no sin cierta satisfacción, ya que traía implícito algo de trato aristocrático, sus lacayos habían preparado hasta las sábanas, era la liberación del trabajo tedioso para dedicarse sólo a los aspectos artísticos. Pero en realidad esa liberación consistía en la introducción del artista en el final de una cadena de montaje en la que sólo ejecutaba una última y limitada tarea. Obviamente, como toda cadena de montaje todo el proceso está guiado por la realización mercantil del producto final, o más bien, lo que no es lo mismo, por lo que quienes la ponen en marcha consideran que favorece a la realización mercantil del producto final.
Claro, quiénes la ponen en marcha son burgueses, burócratas o empleados efectivos de los mismos, para quienes el producto mercantilmente más adecuado es el que contiene los parámetros de los que en el más inmediato de los pasados corrieron por el mercado a mayor velocidad.
Por ello las innovaciones no vienen nunca de los mercaderes, sino de las marginalidades artísticas que suelen aflorar sobre el agotamiento de un paradigma del que los hombres grises de la industria del arte ya han abusado.
Spinetta intentó convencer a sus lacayos-mecenas que él podía ser uno de ellos, pero la relación contractual dejaba muy en claro lo contrario.
El mero "sing Spinetta" (con arreglos que el mismo Luis calificó como alucinantes... para Tony Bennett), el casi desprecio por sus músicos (Lito Vitale y Gustavo Basterrica), composiciones a lo Gino Vannelli hechas por... Gino Vannelli, fueron demasiado para un alma de diamante del arte rock, un ser que no había entregado ni estaba dispuesto a entregar al mercado más que una porción menor de su espíritu.
El pedido final de recitar, así podía recitar también Vilas (por entonces tan popular como el tenis en aquellos años en USA), ya que Guillermo no podía cantar (lamentablemente unos años después olvidó esta incapacidad evidente), colmó la paciencia artística de Spinetta, quien termina renunciando a dinero y 4 años más de "introducción al mercado americano" para seguir muy bien posicionado en los oidos nocturnos de "soñadores" jóvenes argentinos que se realizaban en el mero acto de deleitarse con su música y sus líricas desprovistas casi por completo de plástico mercantil.
El disco se lanzó igual, como dijo irónicamente Luis, en la contratapa de la revista Tenis Player, y fue literalmente defenestrado por todos los gustadores del buen rock argentino, el más duro de ellos el propio Spinetta.
Sin embargo, hace ya algunos años ha comenzado una pronunciada revalorización del álbum, encontrando en él, más que valores artísticos, elementos legitimadores, como supuestos tonos soul (en el rock todo lo que tenga un tono negro permite convalidar la realización de cualquier basura). Ante esta movida pro Only Love Can Sustain, decidí volver a inclinar mi oído a él, lo hice en un vinilo de época en muy buen estado de conservación, y, al acercarme al final del Side B debí reconocerme "no está tan mal".
Hoy, ante un avance del mercado tal que casi no deja exterior a su existencia, me permito preguntarme ¿no está tan mal o hemos sido atrapados a tal punto por el fetichismo de la mercancía que aquello en el pasado defenestrado por unanimidad es hoy el parámetro de la buena calidad posible, en un mundo en el que ya aceptamos rendidos que todo se hace para ser vendido?
A. I.