Históricamente los fascismos han sido la reacción en última instancia frente a los peligros de revolución. Cuando se acabaron los remedios tradicionales las altas capas aceptan delegar "bonapartistamente" su poder en cuerpos políticos de dudosa procedencia y estado; pero por ello mismo predispuestos a ensuciar sus manos en tareas poco dignificantes.
Cuando los seres humanos hemos decidido, luego del fracaso de la experiencia estalinista, que el socialismo no era salida -sin siquiera atender que los problemas que nos habían hecho pensar en esa posible solución no solo siguen presentes sino que están agravados-, el lugar de los partidarios reales e imaginarios de la revolución fueron reemplazados por sus farsas; centristas de toda calaña se postularon como defensores de pobres sin nada para ofrecerles; porque nada queda hoy para ofrecer en los marcos de un sistema ultraconcentrado sin tocar los límites de la gran propiedad, y estos reformistas de la nada, populistas sin masas y viejos conservadores disfrazados para un nuevo circo sin pan, no quieren ni pueden tocar las manos -ni los bolsillos- de quienes les dan de comer a voluntad o no.
A la farsa de la revolución le ha seguido la farsa del fascismo. Payasos de toda laya están poblando occidente de la agresividad, hoy desarmada, de los belicista contrarevolucionarios de entreguerras. Reacción, sin revolucion para reprimir, se dan contra fantasmas con los que sus mentes llenas de pasado invisten a progresistas tan anticomunistas como ellos. Proponen quitar las migajas populistas como otrora reprivatizar las propiedades socializadas.
Ven Trotskys en Pedros Sánchez y comunistas en neoliberales culposos y los atacan con vivas a la propiedad privada y el mercado, pidiendo el fin del socialismo del viento.
Curiosamente, farsa contra farsa, la nueva derecha -develendo un rasgo más propio de los fascismos de los que es remedo, el bonapartismo- arriesga estúpidamente un debate ganado hace 30 años. Pone otra vez sobre la mesa de discusiones conceptos e ideas que el capital había logrado asociar casi a la biología humana; "mercado", "propiedad privada", el mismo "capitalismo", salen a ser defendidos con una violencia propia de los años 20 de ataques fantasmagóricos. Un burgués sabio debería preguntarse ¿con qué necesidad? ¿Por qué abrir cuestiones tan convenientemente cerrado?
¿Qué ocurrirá si los defensores de esos conceptos fracasan estrepitosamente?
En las respuestas a estas preguntas se puede abrir una puerta hasta aquí cerrada bajo varias llaves durante 30 años. La burda farsa neofascista responde a un imaginario fantasmagórico vacio; la nueva respuesta a esa patética pantomima derechista puede ser una nueva fantochada progre, pero tambien puede dar lugar a la corporización del viejo fantasma de Marx. Paea ello la izquierda debe quitarse de encima el idiotismo woke y tomar el guante que estúpidamente la ultraderecha le arroja. Dejemos que fijen la agenda del debate: mercado, propiedad privada, capitalismo o socialismo.