Siempre me resultó llamativo -por no decir paradójico- la aversión por los tiempos pretéritos de las cofradías de optimistas. “Olvidar el pasado y mirar para adelante” es el cliché reglamentario de toda boca entusiasta, que suele repetirlo sin notar que con ello no hace más que reconocer la verdad de los escépticos: para tener esperanzas hay que olvidar la vida.
Pero “el pasado es indestructible, tarde o
temprano vuelven las cosas; y una de las cosas que vuelve, es el proyecto de abolir
el pasado” les aclara Borges a las troupes de la autoayuda, siempre
militando en vano por tal proyecto.
No sólo es
eso, la felicidad, podríamos decir con Kierkegaard, no es más que aquello que
se asemeja de algún modo a lo que nos hizo felices en tiempos dejados atrás,
que, tal vez, no haya sido más que lo que se asemejaba a lo que había hecho
felices a quienes nos antecedieron.